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¿La Primavera Árabe sigue viva? Diez años después, hay una segunda ola de revueltas

Buena parte de las esperanzas que generó la Primavera Árabe parecían haberse evaporado casi diez años después, pero la segunda ola de revueltas que estalló en 2019 ha demostrado que la llama revolucionaria no se ha apagado del todo.

Actualizada: 30/11/2020 12:41
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Por Hachem Osseiran (*)

Argelia, Sudán, Líbano e Irak. Cuatro países de la región que apenas se vieron afectados por la onda expansiva de la Primavera Árabe en 2011, fueron escenario el pasado año de multitudinarias protestas que en algunos casos llevaron a la caída de viejos autócratas. Y, en una especie de “déjà vu”, las masas coreaban eslóganes similares a los de la primera generación.

Esta nueva “ola (…) ha demostrado que la Primavera Árabe no está muerta”, dice a la AFP Asef Bayat, experto en revoluciones en el mundo árabe.

Esta primavera “llegó a otros países de la región, con acciones colectivas relativamente similares”, agrega el politólogo.

“Thawra” (“Revolución”), “El pueblo quiere la caída del régimen”… Tras Túnez, Egipto, Siria, Libia o Yemen, en las plazas de Argel, Jartum, Beirut y Bagdad se oyeron las mismas consignas contra las desigualdades y la corrupción de los gobiernos autoritarios.

Las mismas causas, los mismos efectos: los gobiernos caen y los presidentes se ven destituidos por la presión de la calle.

“2011 engendró a 2019, y 2019 generará otra ola de manifestaciones”, vaticina Arshin Adib-Moghaddam, de la universidad londinense SOAS (School of Oriental and African Studies).

Argelia

En enero de 2011 hubo manifestaciones contra la carestía de la vida.

Pero el traumatismo de la cruenta guerra civil (1992-2002) sigue presente y el temor a una nueva caída en el infierno es un poderoso disuasor.

“Seguimos con entusiasmo las manifestaciones en Túnez, Egipto, Siria, pero nosotros teníamos miedo”, explica Zaki Hannache, militante de 33 años.

En aquella época, el poder disponía también de recursos financieros procedentes del petróleo para apaciguar las tensiones sociales.

Pero en febrero de 2019, la situación parecía muy diferente. Con la caída de los precios del petróleo, las arcas estaban vacías.

Abdelaziz Buteflika, que llevaba dos décadas en el poder, era un octogenario al que un problema vascular sufrido en 2013 le dejó afásico.

La población consideró como una afrenta su deseo de presentarse a un quinto mandato en semejantes condiciones.

El 22 de febrero empezaron las primeras manifestaciones multitudinarias en Argel, donde estaban prohibidas las protestas desde 2001.

Nació el “Hirak” (el movimiento) y el autócrata cayó: el ejército le retiró su apoyo y Buteflika dimitió el 2 de abril.

La salida del “clan Buteflika” provocó el fervor popular. Pero los militantes eran conscientes de que el camino era largo y arduo ya que lo que querían era el desmantelamiento de todo el sistema que controla el poder desde la independencia de Francia en 1962.

Las manifestaciones semanales se prolongaron durante meses. El régimen, representado durante un tiempo por el jefe del Estado Mayor Ahmed Gaïd Salah, no cedía. Se organizó una elección presidencial pese al rechazo de la población. Abdelmadjid Tebboune, un claro representante del viejo sistema, fue elegido.

Sin embargo, fue la pandemia de covid-19 la que acabó con la movilización de la calle. En marzo del 2020 quedó suspendida.

Pero pese a la represión judicial, el espíritu del Hirak sigue presente en las calles de Argel. Y su carácter pacífico sorprendió a los observadores.

En una Argelia destrozada por la guerra civil, los militantes no han olvidado qué pasó en Siria, donde las manifestaciones prodemocracia de 2011 degeneraron en un cruento conflicto.

“Hemos aprendido la lección de la Primavera Árabe”, resume Hannache. “Hemos aprendido que la única opción es preservar el carácter pacífico del movimiento”.

Irak

Cuando estalló la Primavera Árabe, hacía tiempo que Irak se había librado de su propio dictador, Sadam Husein, depuesto durante la invasión estadounidense de 2003. Su caída fue seguida de un conflicto confesional sangriento.

“En los levantamientos de la Primavera Árabe vimos una oportunidad para salvar la democracia en Irak”, dice Ali Abdulkhaleq, militante y periodista de 34 años.

En febrero de 2011, participó en la creación del movimiento “Juventud de febrero”, que organizó manifestaciones semanales en Bagdad para denunciar al gobierno de Nuri al Maliki.

“El pueblo reclama una reforma del régimen”, gritaba la muchedumbre, haciéndose eco de los eslóganes de El Cairo y de Túnez, aunque sin reclamar la caída del poder.

El movimiento se agotó en unos meses, pero “la gente se dio cuenta de que manifestarse era una posibilidad”, dice Abdulkhaleq, para quien la “rabia iraquí se liberó”.

Después hubo manifestaciones esporádicas en el país, hasta que la rabia estalló en octubre del 2019.

El levantamiento se propagó por todo el país y ahora reclamaba un cambio de régimen, lo que provocó la dimisión del gobierno de Adel Abdel Mahdi.

Tras meses de movilizaciones masivas, el movimiento se apagó por la represión implacable –cerca de 600 manifestaciones murieron– y por la pandemia del nuevo coronavirus.

Pero “los parámetros que podrían provocar una nueva revolución siguen ahí”, advierte Abdulkhaleq.

Sudán

En 2011, jóvenes militantes se organizaron para convocar pequeñas manifestaciones pese a las detenciones.

Omar al Bashir gobernaba desde 1989 con mano de hierro un país en la pobreza extrema, destrozado por repetidas guerras civiles, aislado diplomáticamente y con una oposición política muy debilitada.

En 2013, cuando Jartum retiró las subvenciones al petróleo, las manifestaciones estallaron y fueron violentamente reprimidas.

“Las calles se resignaron, pese al inicio del desmoronamiento económico”, dice el militante Mohamed al Omar. Pero “el círculo de la oposición al régimen empezó a ampliarse”, asegura este activista, que pagó su militancia con la cárcel.

Cinco años más tarde, en diciembre de 2018, el aumento del precio del pan provocó nuevas manifestaciones.

El 11 de abril de 2019, Omar al Bashir, antiguo militar que llegó al poder mediante un golpe de Estado, fue puesto en arresto domiciliario por el ejército.

Como en Argelia, la lucha siguió para que la revuelta lograra una limpieza profunda del Estado. Pero el 3 de junio, la sentada que se realiza durante varios meses en Jartum para presionar a los militares en el poder fue brutalmente disuelta.

Decenas de personas perdieron la vida y se temió la vuelta de una contrarrevolución, parecida a la que vivió Egipto tras la Primavera Árabe en 2011.

Pero sorprendentemente, se produjo el efecto contrario: bajo la presión, el ejército firmó, en agosto, un compromiso con la revuelta. El país se dotó de un Consejo Soberano mixto para supervisar una transición de tres años hacia un régimen civil.

Al Omar, que cita sobre todo el papel clave de los sindicatos, considera que el “movimiento en Sudán estaba mucho más organizado” que la mayoría de las revueltas de la Primavera Árabe.

Líbano

En Líbano, pese a estar estipulado que los gobiernos comparten el poder entre diferentes comunidades religiosas, la realidad es que son las mismas familias las que controlan la esfera pública desde hace décadas.

La clase política sigue dominada por los señores de la guerra civil de 1975-1990.

“Cuando vi que en Túnez y Egipto hubo cambios, me pregunté: ¿Por qué no podría ocurrir en Líbano?”, recuerda Imad Bazzi, cuyo compromiso político se remonta a finales de la década de 1990.

En febrero de 2011, desempleado, participó en la organización de manifestaciones, aunque sin cambios reales.

Pero la rabia seguía latente en un Líbano abonado a las crisis políticas y minado por las crecientes diferencias entre ricos y pobres.

En 2015, la acumulación de basura en las calles de Beirut, debido a la mala gestión, generó manifestaciones contra el conjunto de la clase política.

En octubre de 2019, la chispa de la “revolución” se enciende finalmente. El detonante fue la adopción por las autoridades de un impuesto por el uso del WhatsApp, en un país donde surgen las primeras señales de colapso económico.

“¡Thawra! (Revolución)”: Durante semanas, los manifestantes salieron a las calles para reclamar el fin de una clase política considerada corrupta e incompetente. A veces llegaron a ser centenares de miles, de todas las confesiones, un motivo de orgullo en un país fragmentado.

Presionado, el primer ministro Saad Hariri dimitió. Pero un año después, los mismos políticos se aferran de nuevo al poder.

Y peor aún. La corrupción y la incompetencia, los males fustigados por los manifestantes, se concretan dramáticamente en la trágica explosión, en agosto de 2020, en el puerto de Beirut, debido a una cantidad ingente de nitrato de amonio que desde hacía años se almacenaba sin medidas de seguridad.

Pero en octubre, Hariri volvió a dirigir un nuevo gobierno. Todo un símbolo. Pero para los militantes, pese a todo, el levantamiento no ha sido vencido.

“Es un proceso continuo”, dice Bazzi. “Las olas vienen unas tras otras y siempre están conectadas”. (AFP)

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